II.- El Estado de Sitio:

La tensa situación recibió un vuelco total, precipitándose los hechos a una definición: la declaración de Estado de Sitio por el Intendente, proclamada en la noche del 20. Al día siguiente el decreto fue leído publicamente, y fijado en los edíctos públicos, mientras la prensa lo publicaba. Luego los diarios dejaron de circular. Se estableció la censura cablegráfica y telegráfica. La Ley Marcial perseguía impedir la llegada de más trabajadores a Iquique, reunir a todos estos en la Escuela Santa María y la plaza contigua para facilitar las medidas que se tomarían posteriormente con los pampinos.

El Cónsul de Su Majestad Británica indica que esa medida se tomó porque el sofocamiento de los disturbios de aquí, impediría el desarrollo de huelgas en la provincia de Antofagasta. La noticia del Estado de Sitio causó gran impresión en los huelguistas. Los salitreros mostraron satisfacción porque, si la llegada de buques y tropas de refuerzo los fortaleció en las negociaciones con los huelguistas, ahora la Ley Marcial significaba el principio del fin del movimiento de los pampinos. Se presagiaban acontecimientos dramáticos. Llego el 21. En la mañana hubo una reunión entre el Intendente y los Salitreros. Estos fueron informados de la propuesta de los huelguistas, y a su vez del ofrecimiento del Gobierno de compensarles hasta la mitad del aumento que acordaban en los salarios por un mes. La proposición del Presidente Montt fue recibida con frialdad por la parte patronal, que resueltamente volvió a insistir en su exigencia que los obreros debían abandonar la ciudad y regresar a las salitreras, porque no podían aceptar su presión, ya que esta entorpecía las negociaciones y constituía una imposición perjudicial para el empleador.

El Intendente les propuso el Arbitraje, que aceptaron, pero se mantuvieron inflexible en su exigencia. John Lockett cuenta que en esa reunión expresaron los salitreros que hacer concesiones en aquellos momentos sería tomado pr los huelguistas como signo de debilidad y sin duda conduciría a promover después más extravagantes demandas con probablemente desastrosos resultados. Sobre el arbitraje propuesto por Eastman, los patrones indicaron estar de acuerdo, pero hicieron ver que bajo ninguna circunstancia estarían de acuerdo en la demanda de los trabajadores para que sus salarios fueran pagados al cambio de 18 peniques.

La primera autoridad provincial extendió una invitación para que el Comité de los huelguistas asistiera a una reunión a la Intendencia a discutir la proposición patronal. El comité declinó reunirse, comunicando que todas las conversaciones se harían mediante notas o comisiones. Los dirigentes temieron ser víctimas de una trampa para detenerlos bajo el imperio de la ley marcial, con el evidente propósito de descabezar el movimiento. El ministro Sotomayor había mandado un cablegrama con carácter de estrictamente retendente, en el cual expresaba que Sería muy conveniente aprehender cabecillas trasladando a los buques de guerra.

Desde el jueves al sábado 21 numerosas familias se refugiaron en los buques mercantes fondeados en la bahía, mientras otras tomaban el vapor rumbo a Arica. En la ciudad corrían gravísimos rumores que se referían a saqueos e incendios. La policia sostuvo que tenía evidencias de un plan de los huelguistas para realizar esos terribles actos vandálicos en la noche del 21. "El Tarapacá", 24 de Diciembre, informa que los huelguistas tenían pensado realizar los desmanes en la noche del día sábado según se sabía positivamente en la Intendencia. Las compañias de bomberos estaban acuarteladas para actuar en caso de emergencia. La Casa Lockett Bros. obtuvo carabinas para defender a sus empleados y edificios. Eastman fracasó en su intento de convencer a los huelguistas, por intermedio del conocido dirigente obrero Abdón Díaz, para que regresaran a sus Oficinas, a la espera del arbitraje.

III.- La Matanza:

La autoridad máxima de Tarapacá resolvió actuar para reprimir la huelga inclusive utilizando las armas, Pedro Montt había telegrafiado su autorización plena para adoptar todas las medidas que requiera la cesación inmediata de la huelga. Sotomayor por su parte envió el siguiente cablegrama: Para alejar de esa gente de pampa convendríahacerles regresar respectiva Oficina custodiada cada peonada por piquete tropas cuyo jefe debe llevar orden terminante de hacer fuego contra los que pretendan regresar. Eastman a la una y media de la tarde dictó el decisivo decreto: En bien del orden y salubridad pública, concéntrese a la gente venida de la pampa en el Club Sport ( Hipódromo ), en el camino de Cavancha. Esta disposición buscaba desalojar a los pampinos del interior de la ciudad, reunirlos en las afueras, y forzar su regreso a las salitreras.

El general de brigada Roberto Silva Renard, luego de recibir el referido decreto , tomo rapidamente medidas para darle inmediato cumplimiento. Movilizó tropas bajo su mando desde la Plaza Prat hasta la Plaza Manuel Montt y calles adyacentes. El jefe militar señala que la escuela Santa María, se hallaba repleta de huelguistas, que el directorio de estos estaba instalado en la azotea con frente a la plaza y en medio de banderas de los diversos gremios y naciones. Agregaba Desde adentro hacia el centro de la plaza, rebozaba una turba de huelguistas que no cabía su entrada y frente. Calculó que en el interior de la escuela habrían 5.000 personas y afuera 2.000, añadiendo que: Aglomerados así oían los discursos y arengas de sus oradores que se sucedían sin cesar en medio de los toques de cornetas, vivas y gritos de la multitud.. Como los pampinos se negaron a acatar la orden de evacuar el local escolar y la plaza para dirigirse al hipódromo, que fue comunicada por el coronel Almarza, el general hizo avanzar 2 ametralladoras bajadas del crucero Esmeralda y las hizo colocar frente de la escuela y lista para disparar sobre la azotea donde se encontraba el directorio. Un piquete del Regimiento O'higgins se ubicó a la izquierda de las ametralladoras para hacer fuego por encima de la muchedumbre aglomerada al lado afuera, manifiesta en su parte oficial.

Los capitanes de navío A. Wilson y M. Aguirre fracasaron en su intento de convencerlos. El mismo general también intentó persuadirlos. Expresa al respecto: Les supliqué con toda clase de razones evitasen al Ejército y Marina el uso de las armas para hacer cumplir la orden. Confiesa: Todo fue inútil. Durante media hora les hablé en todos los tonos sin obtener otra cosa que declamaciones sobre las injusticias de que eran víctimas como trabajadores y siempre defraudados en sus jornales por patrones y capitalistas. Igual gestión realizaron los cónsules de Bolivia y Perú. El último escribió a su gobierno: Mis palabras fueron inútiles y tuve que retirarme después de más de una hora de conferencia, entre los vivas y frases de gratitud de esa pobre gente que pronto iba a ser diezmada por la metralla del ejército, como víctimas de su obsecación y terquedad. Los trabajadores peruanos no quisieron aprovechar la autorización que les otorgó el comité en presencia del cónsul de su país para abandonar el lugar declarando éstos que seguirían junto al resto de sus compañeros de trabajo. Esto era una emocionante muestra de la solidaridad que existía entre los pampinos, pese a las diferencias que podrían haber entre los obreros nacionales y peruanos por el agudo problema de Tacna y Arica.

La tragedia se desató cuando el general de brigada Roberto Silva Renard, agotando las instancias para obtener el acatamiento de la orden oficialista, y tomando en cuenta que no era posible esperar más tiempo sin comprometer el respeto y prestigio de las autoridades y fuerza pública, hizo abrir el fuego a las 3 3/4 horas de la tarde. El jefe militar se refiere que ordenó al piquete del regimiento O'higgins hiciera una descarga hacia la azotea de la escuela, y el piquete de la marinería situada en calle Latorre hacia la puerta de ésta donde estaban los huelguistas más rebeldes y exaltados. A esta descarga se respondió con disparos de revolver y aún de rifles, hiriendo a 6 hombres de sus tropas. En tonces, prosigue, ordene 2 descargas más y fuego a las ametralladoras con puntería fija hacia la azotea donde vociferaba el Comité entre banderas que se agitaban y toques de corneta. Hechas las descargas y este fuego de ametralladoras que no duraría sino 30 segundos la muchedumbre se rindió. Hice evacuar la escuela y todos los huelguistas en número de 6.000 a 7.000 rodeados por las tropas, fueron conducidos por la calle Barros Arana al hipódromo. Esta es la versión oficial.

El cónsul Británico señala que el fuego sobre los pampinos duró un minuto y medio. La gran masa obrera, desalojada violentamente de la plaza y escuela,fue conducida bajo una fuerte escolta militar hacia el sitio fijado por la autoridad. El cónsul de los Estados Unidos de América informó a su gobierno que la escena después fue indescriptible. En la puerta de la escuela los cadáveres estaban amontonados, y la plaza cubierta de cuerpos. M.M. Forero, cónsul del Perú indica que inmediatamente me constituí en el local donde se había desarrollado el sangriento drama, con los bomberos de la Compañía Peruana número 10, los que se dedicaron, obedeciendo mis órdenes, a recoger a los desgraciados heridos y transportarlos al Hospital. El cuerpo médico de la ciudad acudió presuroso a atender a los heridos. Este trabajó con una laboriosidad y constancia digna de todo encomio, informó un diario local. Existe una versión que refiere que durante la operación militar dos marinos se pasaron a los huelguistas, pero estos fueron muertos. El cónsul de su Majestad Británica indica que no pudo obtener información sobre relatos de ejecución de cierto número de soldados en la madrugada del 22 por haberse negado a obedecer la orden de disparar sobre la multitud.

Sobre los muertos y heridos se dan diversas cifras. El general Silva Renard fija ésta en 140. El cónsul peruano habla de 140 muertos y 200 heridos. Un informe de John Lockett señala 200 muertos y 300 heridos. El cónsul británico, de 120 muertos y 230 heridos. El corresponsal de "El Comercio", de Lima, escribe, que se calculaba que dentro y fuera de la escuela hay unos 300 muertos e innumerables heridos. Se dice que entre unos y otros hay muchos peruanos y bolivianos. Leopoldo Castedo da a conocer otras cifras mayores, citando otros autores: Palacios mencionaba 195 huelguistas y 350 heridos... El corresponsal de Economist informó a Londres de 500 muertos. Venegas Arroyo es el primero, entre los contemporáneos en dar la cifra, después aceptada, de 2.000 muertos, corroborada por Armando Jovet Angevín, padre del historiador y suboficial del Carampangue, que en el primer turno de entrega de cadáveres a él encomendado, contó novecientos. Muchos heridos fallecieron en el Hospital de Beneficencia.

El Vicario Apostólico, Rucker, comenzó a recibir donaciones de empresas salitreras para ayudar a las familias de los trabajadores muertos y heridos el 21. Los dirigentes máximos del movimiento de los pampinos José Briggs y Luis Olea, murieron. Los soldados hicieron fuego sobre el Directorio Central. De pie, serenos, recibieron la descarga. Como heridos del rayo cayeron todos y sobre ellos se desplomó una gran bandera ( Nicolás palacios ). Según el cónsul americano, el vicepresidente ( Luis Olea ) y un director de los huelguistas intentaron asilarse en el consulado de los Estados Unidos. Esos dirigentes se presentaron a las 12 de la mañana del 21, preguntando por la protección de esa nación, la ciudadanía, asilo que fue denegado. R. Hana manifiesta que a las 4 de la tarde ambos fueron muertos.