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FORMACION DE LA FUERZA DEL TRABAJO DEL SALITRE



El hecho que los yacimientos salitreros estuviesen localizados en el medio del desierto ciertamente constituía un serio impedimento al rápido establecimiento de una empresa comercial viable. El problema no era s6lo de carácter local sino que concernía a toda la costa occidental de América del Sur, a lo menos durante los primeros tercios del siglo XIX. De tal manera era escasa la mano de obra en esa época que los empresarios mineros y comerciantes de dicha costa occidental recurrieron a todas las formas conocidas de mano de obra, desde el sistema de esclavitud al de salariado. Por ejemplo, los contratistas británicos y franceses que explotaban las guaneras peruanas en 1842 acudieron al gobierno del Perú como parte también interesada buscando ayuda para reclutar brazos para las nuevas empresas. El gobierno declaró entonces que los depósitos de guano eran áreas penales a los cuales se enviaron convictos y desertores del ejército para trabajar en la extracción de guano. Esta mano de obra forzada fue suplida con mano de obra asalariada importada desde Chile. La situación era similar en la costa de Bolivia en 1842 cuando los "prisioneros de todas las cárceles de la República" fueron enviados a trabajar en los depósitos de guano de Cobija.

Cuando la casa Gibbs fue nombrada consignatario exclusivo de la producción guanera del Perú, la provisión limitada de mano de obra debió ser suplementada con virtuales esclavos importados desde el Lejano Oriente. Aprovechando las ventajas de una ley de inmigración de 1849 que concedía un subsidio de 30 soles por cada "colono" importado en el país, contratistas peruanos comenzaron a transportar miles de coolies chinos para suministrar mano de obra a las plantaciones azucareras y a las faenas guaneras.

En efecto, hacia la mitad del siglo XIX, China se transformó en una fuente casi inagotable de fuerza de trabajo en una coyuntura económica mundial en que se produjo una aguda escasez de mano de obra. Algunos estudios demográficos corroboraron la historia china en el periodo que va desde 1741 hasta 1850: un considerable aumento de la superficie arable irrigada permitió un rápido incremento demográfico que elevó a la población de 143 a 400 millones en el periodo mencionado. Sin embargo, hacia la mitad del siglo XIX, el secular desarrollo económico se hallaba ya agotado al no expandirse la superficie arable disponible ni emprenderse nuevas obras de regadío. Se llegaba así al momento del rendimiento marginal decreciente del producto de la tierra lo que llevó a la inexorable expulsión de los campesinos pobres. Esta expulsión de la tierra se aceleró en 1850, año en que empezó la revolución de Taiping y que duró por casi catorce años exacerbando las duras condiciones de existencia del campesinado particularmente en el sur de China, en la región de Cantón. No es sorprendente entonces encontrar contingentes de mano de obra china en el centro de África, en la costa occidental de los Estados Unidos en la actual Panamá y también en Perú, a casi 15.000 Km. de distancia de la tierra de origen.

La inmigración coolie era, en la práctica, un tráfico de esclavos. La ley que el Congreso peruano había aprobado en 1849 tenía la intención de atraer colonos de diversas naciones para resolver el “cuello de botella" que impedía satisfacer la creciente demanda de azúcar, algodón y guano en el mercado internacional. En teoría, el coolie era un trabajador libre que firmaba un contrato de inmigraci6n para establecerse como colono en Perú. Como China prohibió esta emigración, el puerto portugués de Macao y la colonia británica de Hong Kong eran los centros principales de reclutamiento. Los agentes de "colonización" transportaban en veleros a los coolies desde dichos puertos orientales hasta Callao en condiciones sanitarias sumamente precarias. La navegación duraba alrededor de 114 días y la tasa promedio de mortalidad en tránsito llegaba a 28%, extremada­mente alta si se considera que el tráfico de esclavos africanos tres décadas antes sufría una merma alrededor de 10%.

Una vez en Perú, el agente de inmigración cobraba su premio legal en soles y vendía, no el coolie, por supuesto, sino el contrato firmado por el coolie. Era la posesión del contrato que otorgaba el derecho de usufructuar del trabajo del coolie por un lapso de 8 años. Se ha estimado que alrededor de 90.000 coolies sobrevivieron e viaje al Perú. Esta mano de obra esclava también llegó a playas chilenas pero en cantidades muy limitadas puesto que la escasez de mano de obra no era tan agobiante como en las costas de Perú y Bolivia. Los coolies no fueron ciertamente la única fuente de mano de obra sometida. En 1862, alrededor de un tercio de los habitantes de la Isla de Pascua fue llevado bajo coerción a trabajar en los dep6sitos de guano. El problema de la escasez de mano de obra, sin embargo, subsistía. Los mismos coolies ciertamente nunca se adaptaron a las duras condiciones de trabajo prevalecientes en la costa occidental y el grado de rechazo frecuente llegó a adquirir un carácter dramático. En efecto la tendencia al suicidio está documentada en muchos informes oficiales y de testigos oculares. La protesta coolie también, en ciertos momentos, llegó a asumir un alto grado de violencia como producto de la desesperación. La rebelión de 1870 es, probablemente el caso más dramático en que más de 500 coolies mataron a algunos de sus amos, saquearon el pueblo al norte de Lima y prosiguieron su rebelión hasta ser salvajemente reprimidos y casi aniquilados al avanzar al cercano pueblo de Barranca. Estos, además de otros inconvenientes, llevó a los contratistas del guano a buscar fuentes alternativas de mano de obra.

Históricamente Chile Central fue la región principal que suministró un flujo casi permanente de mano de obra para empresas no agrícolas en la costa occidental de América del Sur. Un flujo intermitente puede ser observado ya en la década de 1830, principalmente en conexión con empresas mineras, ya sea de plata o guano en el Perú o, más tarde, oro en California. Esta emigración comenzó probablemente en 1830 cuando una cantidad desconocida de obreros chilenos fue transportada hasta Arequipa, en el sur del Perú, contratados como mineros. Este flujo inicial de emigrantes posee una importancia capital en el proceso de formación del proletariado en las regiones salitreras de épocas posteriores porque la emigración en si constituye el inicio de una transformación completa de una fuerza laboral de carácter rural en una clase obrera moderna.

Tal proceso de disolución de los lazos rurales tradicionales comenzó en el mismo Chile central. La diversificación de la estructura económico‑social de Chile había ya empezado con un desarrollo del sector industrial durante la década de 1860. En el sector agrícola, la tradicional hacienda o "fundo” subsistía como la unidad econ6mica predominante y la mano de obra estaba fuertemente ligada a la tierra por medio del sistema de inquilinaje el cual consistía básicamente en grupos de inquilinos a quienes se cedía el usufructo de terrenos cuya renta se pagaba con trabajo, normalmente en las tierras del hacendado. El sistema de inquilinaje, sin embargo, no podía funcionar sin una masa de "afuerinos” población campesina sin acceso al usufructo directo de la tierra y que vive en las márgenes de las haciendas donde encuentra trabajo temporal principalmente durante la época de cosecha. Esta población ha sido asociada a los casos frecuentes de bandidaje rural. Salazar caracteriza a los afuerinos durante el siglo XIX como un subproletariado”... cuya visión del futuro era persistentemente optimista, lo que era necesario para mantenerse en el camino y llegar tan lejos donde las oportunidades abiertas lo exigiesen. Y donde­ quiera que llegó, impuso su sello característico: trabajo duro, energía, viveza, pero también agresividad y una tendencia a flor de piel, para alzarse insurreccionalmente en su propio centro de trabajo o en las áreas colindantes con las consecuencias policiales que eran de prever."

Hacia mediados del siglo XIX, cuando la tierra arable se hizo más escasa debido al incremento de las exportaciones de trigo y cebada principalmente hacia el mercado británico, los terratenientes desarrollaron aún más el sistema de inquilinaje multiplicando el número de terrenos donde se admitió una nueva generación de inquilinos. La estructura resultante tendía hacia una explotación más intensiva de la tierra por medio del incremento del número de inquilinos establecidos en terrenos de tamaño más reducido y con menor acceso a ciertas tierras comunes. Esta especie de "segunda servidumbre" contribuyó al empobrecimiento de los inquilinos y a la reducci6n de oportunidades de trabajo temporal para los afuerinos quienes, en consecuencia, fueron empujados a emigrar a las emergentes regiones urbanas de Santiago y Valparaíso y también hacia los yacimientos mineros de Bolivia y Perú. Lo mismo ocurrió, sino con los inquilinos titulares, con los hijos de los inquilinos más pobres.

Es evidente que la mayoría de aquellos ex campesinos que emigraron (tanto afuerinos como inquilinos), lo hicieron hacia áreas urbanas dentro de Chile, atraídos por la nueva industria ligera en aumento y la construcción de ferrocarriles que en Chile comenzó a fines de la década de 1840 y que sólo una minoría emigró hacia las costas peruanas. Sin embargo, surge en este punto un elemento de suma importancia que necesita ser enfatizado: un número significativo de ex campesinos y ahora recién llegados a las áreas urbanas no rompió completamente sus vínculos con el campo, puesto que estaba todavía en condiciones de retornar "a casa" ocasionalmente en tiempos de cosechas. Por ejemplo, cuando se construía el ferrocarril de Santiago a Valparaíso entre las décadas de 1850 y 1860, los contratistas sufrían una reducción considerable de la mano de obra durante los meses de cosecha (diciembre a febrero) de manera que por varios años la construcció6n de ferrovías se hacia más lenta a se suspendía completamente durante dos o tres meses.

Este fenómeno refleja la fuerza de los vínculos de los ex peones con el medio rural donde después de todo, vivían todavía sus amigos y su familia. El beneficio económico del trabajo temporal en la cosecha no era el único incentivo para regresar. A menuda el salario del trabajo estival en el campo era menor que el salario urbano. El atractivo principal residía más bien en el sentido de pertenencia a una comunidad, aquella que se congregaba durante la cosecha en festividades tradicionales y ceremonias paganas o religiosas. En este sentido, aunque inmerso en una actividad económica de carácter capitalista, este tipo de obrero no está totalmente "emancipación” de las antiguas formas de producción, al menos no culturalmente. De ahí la diferencia fundamental que se produce entre la emigración campo‑ciudad dentro del país y la emigración campo‑exterior cuando el campesino decide emigrar a otras tierras más lejanas en que la distancia hace más difícil el cíclico reencuentro con la vieja comunidad campesina. La decisión de emigrar hacia el exterior, por lo tanto, supone un elemento más poderoso de ruptura con el sistema productivo tradicional y hace de los ex‑peones migrantes elementos más dispuestos a la transformación de "sub‑proletarios" en "proletarios".

También se debe enfatizar el hecho que muchos de los futuros proletarios de las pampas salitreras atravesaron previamente por un proceso de transformación social dentro de Chile mismo. La metamorfosis de peón rural a obrero industrial pasó por varias etapas primero, los peones eran sociológicamente expulsados del campo hacia las áreas urbanas dentro de Chile; luego emigraban hacia los yacimientos mineros u obras ferroviarias del Perú y finalmente terminaban como reclutas de las emergentes oficinas salitreras en las provincias de Tarapacá y Antofagasta. El más claro ejemplo de esta metamorfosis se observa en el caso de los trabajadores contratados por Henry Meiggs, quien, luego de haber construido los ferrocarriles más importantes en Chile durante la década de 1860 y 1870, se trasladó a Perú para ejercer también allí su "misión ferroviaria". Siempre la hizo empleando principalmente obreros chilenos, habiendo ensayado antes el empleo de mano de obra coolie con resultados insatisfactorios. Hacia 1871 se estimaba que alrededor de 20.000 obreros chilenos hablan emigrado a Perú de los cuales solamente 3.000 retornaron después de concluirse la construcción ferroviaria. De tal manera era activo en estos obreros el proceso de rápida transición social que su presencia en Perú ha sido asociada con el desarrolla de un grado incipiente de politización de los trabajadores peruanos motivado por el influjo de las ideas de los inmigrantes chilenos.

La emigración de trabajadores desde las áreas rurales de Chile central hacia las costas peruanas, unida a la mayor demanda de mano de obra ocasionada por el crecimiento de obras públicas y expansión militar durante el último tercio del siglo XIX comenzó a preocupar a los terratenientes chilenos quienes buscaron apoyo oficial para detener este flujo que hacia disminuir la reserva de mano de obra barata. Un dirigente de la Sociedad Nacional de Agricultura sugirió en 1871 que para detener esta emigración se precisaba ampliar el sistema de inquilinaje puesto que éste reduce la movilidad de los campesinos. El mismo año se discutió un proyecto de ley que prohibía la emigración al Perú pero sin lograr la aprobación de la mayoría necesaria.

No sorprende entonces que incluso antes de la guerra del Pacífico la proporción de habitantes chilenos en las provincias salitreras de Tarapacá y Antofagasta fuese relativamente alta. Según el censo peruano de 1876, de 38.226 habitantes de la provincia de Tarapacá, 9664 eran chilenos y en los distritos salitreros mismos la mayoría de los mineros era chilena. En la provincia de Antofagasta, un censo tomado en 1875 revelaba una población de 5.384 habitantes de los cuales 4.530 eran chilenos. En vísperas de la guerra, el número total de habitantes en ambas provincias salitreras, que más tarde constituirían el Norte Grande, era de alrededor de 45.000 personas un tercio de las cuales eran chilenos.

La guerra trajo consigo una disrupción considerable de las faenas salitreras, particularmente al inicio (1879‑1880) cuando las batallas principales tuvieron lugar en las dos provincias salitreras. Tan pronto como los chilenos ocuparon ambas provincias, las autoridades estimularon el restablecimiento de la producción y exportación del salitre. Obviamente, con conscripción forzada durante la guerra, las oficinas salitreras encontraron dificultades en procurarse un número suficiente de trabajadores para recomenzar la producción. Algunas oficinas, como aquella de Sacramento, fueron obligadas a cerrar "por falta de peones” mientras que la mayoría se quejaba que "el número de hombres es apenas suficiente para producir 200.000 quintales (11.200 toneladas)". Por otra parte, cuando se concluyeron las batallas en el Norte Grande, la guerra misma contribuyó a aliviar la escasez de trabajadores. En mayo de 1880 las fuerzas chilenas derrotaron al ejército aliado en la decisiva batalla de Campo de la Alianza, cerca de Tacna. Fue una salvaje batalla en la que casi 3.000 de los 12.000 soldados aliados fueron muertos en combate y muchos más fueron heridos. Una gran proporción remanente se dispersó hacia territorios no lejanos de los distritos salitreros, situación que aprovecharon las compañías para ocupar a aquellos soldados errabundos en las oficinas salitreras. La Casa Gibbs en Londres, por ejemplo, fue informada en julio de 1880 que "algunos cientos de trabajadores bolivianos han sido traídos hasta la provincia de Tarapacá desde Tacna." El mismo gobierno chileno habla decidido conceder a los elaboradores de salitre un aumento de precio de 15 centavos para que se pudiera conseguir más trabajadores y aumentar así la producción y exportación.

Bajo administración chilena, después de la guerra, la mano de obra fue aumentada considerablemente con un número elevado de excombatientes que permanecieron en el Norte Grande. Incluso durante la guerra misma hubo soldados chilenos que desertaron y decidieron trabajar en las oficinas. Este flujo de ex soldados ciertamente aumentó durante la Post guerra.

El diario La Industria de Iquique informaba en 1885: "Actualmente la Pampa del Tamarugal es recorrida en distintas direcciones por diversas caravanas de peones chilenos, muchos de estos ex soldados de la guerra última. Los victoriosos soldados de ayer, desvalidos gañanes ahora, cruzan los arenales, cubiertos de harapos, bajo un sol abrazador, sedientos, solicitando humildemente se les dé trabajo para no morir."

Otra fuente de mano de obra salitrera la constituyó la región del Norte Chico particularmente cuando la otrora famosas y ricas minas de cobre de la Serena, Coquimbo y áreas circundantes comenzaron a declinar. En 1888 el Cónsul General de Gran Bretaña en Chile informaba al Foreign Office en Londres que la formidable expansión en la producción de cobre de las décadas precedentes había dado empleo a una gran cantidad de trabajadores... (pero ahora) la di­solución de la asociación de productores de cobre ha liberado a muchos mineros (por lo que) la mano de obra en los distritos salitre­ros es abundante y más barata que en muchos años precedentes.

Diversos autores se refieren con frecuencia a la escasez de mano de obra en la región salitrera como una característica estructural del sistema productivo. O'Brien, por ejemplo, llega a afirmar lo siguiente: "A pesar del activo reclutamiento de trabajadores en el excedente de población de Chile Central, y de la oferta de salarios aumentados, los productores de salitre encontraron dificultades serias en satisfacer dichas necesidades incluso en tiempos de baja producción” Puesto que su estudio se refiere al período 1879‑1890, su afirmación es verdadera en lo central pero resulta exagerada en lo marginal: en tiempos de baja producción, incluso antes de 1890, se produjeron excedentes de mano de obra. La publicación póstuma del segundo tomo de su Historia del Salitre de Oscar Bermúdez explica que como resultado de la drástica reducción productiva de 1884‑1886 la mano de obra empleada disminuyó desde un promedio de 7.100 mineros en el bienio 1882‑1883 a 4.500 durante 1884‑1885. En aquel tiempo, explica Bermúdez, "las calles de Iquique y Pisagua se llenaron de cesantes en su casi totalidad indomiciliados y carentes de todo recurso. En marzo (1884) las autoridades de Iquique decidieron que se les diese acogida en el cuartel de policía y se les proporcionara alojamiento y raciones alimenticias. En abril fue necesario arbitrar medidas para descongestionar de obreros desocupados las ciudades de las dos regiones salitreras, trasladándolos al sur de Chile en transportes de la Armada. En octubre el jefe político de Tarapacá, don Gonzalo Bulnes, ordenó la contratación de pasajes ferroviarios para que se trasladasen a Iquique los peones pampinos y sus familias que se encontraban abandonadas en Pozo Almonte y La Noria.

En realidad, ni la escasez ni la abundancia de mano de obra eran situaciones permanentes del sistema. Ambas situaciones estaban condicionadas por los vaivenes productivos, fluctuaciones en los niveles de salarios reales, grado de especialización de las faenas, condiciones económicas en la estructura agraria de Chile Central migraciones extrafronterizas de obreros bolivianos peruanos

Durante las décadas de 1880‑1890 la industria salitrera, experimentó una expansión substancial de la capacidad productiva la cual, ocasionalmente, provocó situaciones de escasez de mano de obra. En tales ocasiones, los industriales salitreros recurrieron a agentes de reclutamiento para efectuar expediciones a Chile Central y sur para efectuar el "enganche" de trabajadores. El sistema de enganche era ya practicado en diversas partes de América del Sur y en otras partes del mundo. Meiggs mismo recurrió al sistema para reclutar a sus obreros ferroviarios.

El sistema de enganche se prestaba a múltiples abusos. Montean, usando testimonios de la época, entrega una vivida y colorida descripción de las argucias de los enganchadores. El enganche estaba usualmente envuelto en un conjunto de rituales festivos. El enganchador debía usar su astucia e imaginación para deslumbrar a los incautos y convencerlos de las maravillas futuras en el fantástico Norte. Vestido a la moda con toques de extravagancia, ostentando su dorado reloj de cadena y brillantes anillos, el enganchador precedía a una banda de músicos la cual ejecutaba un ruidoso preludio a la plática propagandística del enganchador. Al futuro obrero de las salitreras "se le prometía un viaje pagado al norte, un gran salario, buena habitación, alimento a bajo costo, un patr6i formidable, cualquier cosa, con tal que se decidiera a abordar el barco. Lo que descubriera al llegar a tierra era su problema." Solamente en 1907 la Asociación de Productores de Salitre recomendó que los reclutadores de mano de obra no deberían hacer falsas promesas.

Antes de 1891 cada compañía salitrera efectuaba separadamente su tarea de reclutar mano de obra en Chile Central,, En tal año, la Asociación de Productores de Salitre acordó establecer una agencia común de reclutamiento financiada con contribuciones de cada compañía. El gobierno chileno ofreció entregar pasajes liberados a cualquier chileno que deseara trabajar en el Norte; sin embargo, los productores rechazaron la oferta puesto que para ellos era más importante seleccionar el tipo de mano de obra que necesitaban, en vez de la importación indiscriminada de peones que tal vez eran inexpertos como mineros a todavía muy "atado” a la estructura rural. Corno Meiggs en décadas anteriores, los productores salitreros rechazaban a los campesinos y preferían el tipo de obrero rudo, con deseo de viajar a todo lo largo de Chile, Perú o Panamá, o California, en busca de oportunidades, justicia, porotos y pesos. Fue entonces principalmente este tipo de trabajador urbano, sin lazos con la tierra, el que se transportó al Norte Grande para completar allí su proceso de proletarización.

La agencia común de reclutamiento fue, en general, una iniciativa de gran éxito en solucionar el problema de “carencia de brazos” La agencia no sólo enganchó obreros en el sur de Chile sino también en Perú. De tal manera era efectiva la acción de reclutamiento de los patrones que, como se verá más adelante, durante la primera mitad de 1908, después de la gigantesca huelga de 1907, se trajeron a la Pampa más de 5.000 nuevas obreros, un número más que suficiente para reemplazar a los mineros masacrados en la Escuela Santa María y a aquellos cuya frustración les llevó a abandonar el Norte Grande.

A pesar de esto, los productores nunca cesaron de quejarse públicamente de la "escasez de brazos" en el sector salitrero. Es precisamente esta queja la que ha llevado a algunos historiadores a creer que la escasez de mano de obra era un problema estructural de la industria salitrera el cual contribuyó a mejorar la posición de negociación de los trabajadores. Es mucho más probable que los períodos de escasez de mano de obra hayan sido breves y raros y que tal escasez tenga más que ver con la necesidad de conservar en todo momento una cantidad suficiente de reserva cesante. Stickell comenta irónicamente que más de alguno justamente sostiene que "la escasez de mano de obra" era en realidad una escasez de salarios”.

Cuando los productores acordaran en 1884 formar una combinación al estilo de la OPEC con el propósito de reducir la producción, su objetivo principal ciertamente era producir un aumento del pre­cio internacional del salitre. Un propósito subsidiario consistía en mantener a los trabajadores bajo control. La distribución de cuotas productivas se efectuó usando un factor cronológico, es decir, se permitía a las oficinas salitreras producir a plena capacidad por un cierto periodo del año después del cual debían cerrar sus operaciones. Durante estos períodos de cierre, grandes cantidades de trabajadores quedaban cesantes. Puesto que la acción de combinación salitrera constituyó una característica casi permanente en la historia del salitre, la mayoría de los trabajadores no tenía una seguridad completa de empleo permanente. Solamente en aquellos periodos en que no se lograba acuerdo entre los productores o cuando aumentaba la demanda de fertilizante en el mercado internacional se lograba una situación de empleo pleno con probables periodos de escasez de mano de obra. Eran periodos breves puesta que, como se ha ya indicado, desde 1901 la agencia común de reclutamiento era suficientemente efectiva para resolver el problema con relativa facilidad. Cuando se retornaba a la combinación para reducir la producción, la cantidad de obreros cesantes aumentaba desmesuradamente y hasta el gobierno debía intervenir para invertir el flujo y retornar obreros hacia los distritos del centro y sur de Chile, aunque no con mucha efectividad.

CUADRO 1

MANO DE OBRA DE LA INDUSTRIA SALITRERA


Oficinas en funcionamiento

Número de Operarios

Promedio por oficina

1880-1884

n.d.

5.492

n.d

1885-1889

n. d.

7.362

n.d

1890-1894

46

14.215

309

1895-1899

46

18.685

389

1900-1904

69

22.661

328

1905-1909

102

36.774

360

1910-1914

118

46.470

393

Fuente: Chile, Oficina Central de Estadística, Sinopsis Estadística. 1916 (Santiago, 1918), p. 98

El Cuadro I muestra un aumento consistente de, número total de operarios en la industria salitrera, con una tendencia al crecimiento del número de mineros por oficina. Este flujo casi permanente de operarios es uno de los factores que explica el escaso desarrollo tecnológico de la industria y su alta intensidad de mano de obra. La supuesta escasez permanente de mano de obra habría actuado como poderoso incentivo para un mayor desarrollo tecnológico que, sin duda, no se produjo. El propósito de mantener una reserva constante de desempleados se menciona explícitamente en la correspondencia de la Casa Gibbs. En carta de la casa matriz en Londres a la filial de Valparaíso en 1908 escribía Herbert Gibbs: "La oferta efectiva de mano de obra actualmente es de 20.000 hombres, sin contar el contingente permanente de desocupados, por lo que es entonces claro que si las cuotas de producción se redujeran a un total de 35.000.000 de quintales (1.6 millones, de toneladas), que producirá, en teoría, un excedente de mano de obra de alrededor de 300 hombres, cantidad suficiente probablemente para permitir a los salitreros en el futuro cercano volver a mantener el control sobre el mercado de mano de obra."



UNA MIRADA ARQUITECTONICA DE SANTA LAURA









La Oficina Santa Laura ilustra la experiencia de los asentamientos de las oficinas salitreras como avanzada de la arquitectura y el urbanismo de la modernidad.

Uno de los aspectos de mayor impacto de la modernidad arquitectónica fue la capacidad de sobreponerse a las restricciones que imponía el territorio. En ese sentido surgió una arquitectura utópica que, sin encontrar en las condiciones del lugar una restricción insuperable, realizó una obra cuya universalidad la hacía válida para cualquier sitio. La explotación del salitre en Chile, al promediar el siglo XIX, introdujo en el país la experiencia de la producción industrial a gran escala y junto con ella –tempranamente– aplicó en la construcción de sus asentamientos en zonas inhóspitas, las tecnologías y los conceptos propios del urbanismo y arquitectura modernos.
Los asentamientos humanos se han caracterizado por aparecer en lugares donde se encuentran condiciones que favorezcan la supervivencia. El valle central donde se fundó Santiago, surcado por los ríos Maipo y Mapocho, y con abundante fauna fue un ejemplo de ello. Esta condición de base era determinante para la ciudad y la arquitectura a que solían dar origen esos asentamientos. La relación entre vida humana, geografía y arquitectura pareció ser por siglos un vínculo ineludible que determinaba la edificación. En esta trilogía lo significativo era el punto de partida dado por la geografía y las condiciones de flora y fauna que asegurarían la pervivencia. Suelos aptos para la agricultura y existencia de aguas sanas fueron dos aspectos esenciales para la elección de un territorio que sostuviera la vida humana.
Bajo esas consideraciones el desierto de Atacama constituía un territorio con muy bajas condiciones para la vida estable que permitiera el nacimiento de centros urbanos. Pero durante la segunda mitad del siglo XIX irrumpió en Chile la Revolución Industrial, cuando diversas compañías extranjeras, especialmente inglesas, alemanas y estadounidenses, incorporaron al país en la cadena de producción de la Revolución con la explotación masiva del salitre que se hallaba en abundancia en ese desierto. De esta forma, Chile pasó a ser un proveedor de materia prima para la agricultura de los países que lideraban la expansión de los mercados de la que dependía el desarrollo creciente de la industrialización en marcha.
Este hecho ejemplifica el cambio radical que estaba provocando la industrialización, trastornando –en el caso que nos interesa- la relación que parecía ineludible entre supervivencia, geografía y arquitectura. La tecnología y el capital al servicio de una producción inmisericorde rompieron la “lógica” que imponía la naturaleza y lograron crear y mantener asentamientos con características urbanas más allá de las limitaciones que la falta de agua y de vegetación, hasta entonces, habían hecho ver insuperables.
A este fenómeno cultural, marcado por la racionalidad científica que sostiene a la tecnología de la producción industrial incentivada por el desarrollo creciente del capital y del mercado, es lo que denominamos modernidad. Constituye, como en el caso que presentaremos a continuación, un cambio de escala en cuanto a la magnitud de los elementos puestos en juego y una modificación de la relación de orden con que se vinculan aspectos de la realidad arquitectónica. Si antes era condición sine qua non la existencia de agua y de vegetación en el lugar para fundar un asentamiento, ahora, la tecnología permitía salvar las carencias del territorio.
En esta perspectiva, la explotación del salitre y las Oficinas asociadas a ella fueron un modelo de ocupación de zonas áridas, inhóspitas, pero, además, en la experiencia de Chile, significó la introducción al país de la modernidad de la producción industrial y un precedente del orden arquitectónico moderno que hará su aparición en el país, de la mano de los arquitectos locales, en las primeras décadas del siglo veinte.
La Oficina Santa Laura fue un ejemplo de ese proceso, la instalación siguió el orden que impuso la producción. Los edificios se situaron en el territorio siguiendo la secuencia de las actividades productivas. La secuencia sigue la lógica de la eficiencia. Ese ordenamiento está dominado por la línea, por el eje. En la línea en que se sitúan, cada edificio marca una etapa del proceso de transformación del mineral. La producción impone el principio de orden que tiene la urbanización en su conjunto. Ese orden está regido por la geometría de la línea recta y el ángulo de 90°. Creemos que este caso ejemplifica la estética de la máquina a que aludieron los primeros racionalistas de la arquitectura moderna. La producción industrial está orientada a obtener la máxima producción con el menor esfuerzo, este es el principio de su eficiencia. Esta idea está en la base con que se concibe la organización de los edificios en la salitrera Santa Laura; fija un criterio para tomar las decisiones del proyecto. Si antes los asentamientos se ceñían a los cursos de agua y a las áreas cultivables, ahora, bajo el imperio de la producción industrial, el punto de partida lo establece la zona de extracción del mineral y su elaboración. Este es el nuevo axis mundus del asentamiento.
Bajo estas consideraciones, una Oficina salitrera constituía una especie de claustro de producción. La vida de obreros, empleados, administradores y las familias que los siguieron estaban ordenadas a ese fin. Podemos imaginar un paralelo entre las primeras fundaciones monacales en medio del territorio culturalmente inhóspito de la Europa medieval y estos enclaves con fines y condiciones muy diferentes, pero igualmente sujetos a un rígido plan de acción para enfrentar las carencias, igualmente animados por una fuerza que pareciera sobrehumana para doblegar las limitaciones, dominar la naturaleza, alcanzar la autosuficiencia, tal vez, incluso, hasta doblegar la propia humanidad.
Estas aldeas de la producción que representaron las Oficinas salitreras dieron tempranamente testimonio del zoning que caracterizará la formulación del urbanismo moderno propuesta por el IV CIAM en la Carta de Atenas (1933). En Santa Laura (cincuenta y ocho años antes) se distinguen con claridad las zonas de trabajo, esparcimiento reconocible en el pequeño triángulo donde se ubica la plaza que articula el paso del área de viviendas a la zona de producción, y las vías de circulación que enlazan las diferentes zonas. Sin duda, se trata de una zonificación a ultranza, aplicada con la rigidez que la producción imponía. Se trata también de un enclave productivo, no precisamente de un ente urbano. Aquí el “ciudadano” no es propietario de nada, no es libre para iniciar actividades independientes, es un habitante asalariado. Su permanencia en la urbanización depende de la vigencia de su contrato. Su comportamiento social está regido por un protocolo laboral que impone la Compañía que explota el mineral. Aquí topan los intentos por asimilar este fenómeno al de la formación de una ciudad. Pero, a pesar de esas limitaciones, el hecho fue una experiencia cultural que debió impactar el desarrollo del país más allá de los evidentes beneficios económicos.
El proceso de producción del salitre está constituido por un conjunto de actividades que dan origen a los principales edificios del trabajo productivo: Edificio de Chancado, La Máquina y Casa del Yodo, definen la relación entre el área de extracción y la torta de ripio y la cancha de secado, los dos sectores donde culmina el proceso en sus dos modalidades: material de desecho y producto salitre. De estos tres edificios el más importante fue La Máquina donde se realizaba la transformación química del mineral en el proceso llamado lixiviación. Esta construcción ejemplifica la generación de una obra moderna como resultado de la aplicación de criterios de racionalidad: la modulación constructiva definida a partir del volumen del recipiente cachullo, determina la espacialidad y el dimensionamiento de la edificación. En este caso no puede ser más apropiado decir que la forma sigue a la función, la forma como el resto que va dejando el despliegue de la actividad, un resultado formal inesperado pero rigurosamente consecuente con el principio de acción, la función. Si seguimos el raciocinio que estos criterios exigen nos damos cuenta que estamos en presencia de una manera de concebir el proyecto radicalmente distinta a la que caracterizó la arquitectura de estilos. Este carácter eminentemente tecnológico, eficiente y funcional del proyecto distingue las bases de -al menos-, un modelo de proyecto arquitectónico moderno. Y no podía ser más correspondiente al carácter abstracto y ahistórico de la racionalidad de la producción industrial el concebir estas instalaciones en medio de un territorio inhóspito, una tierra estéril que rechaza la vida humana. Hay cierta complementariedad entre el modo de concebir utópico de esta modernidad y la condición inhabitable que presenta el territorio: un proyecto “sin lugar” se ejecuta en una zona “sin vida”. Este juego de ideas da para pensar en una especie de “arquitectura de la negatividad” en la modernidad representada en las Oficinas salitreras.
El resto de los edificios siguen el mismo criterio en su concepción, incorporando materiales producidos industrialmente, tales como planchas de zinc, vigas y perfiles de acero, otros prefabricados como cerchas metálicas. Este panorama muestra la aplicación masiva e integral en la propuesta arquitectónica y urbana del conjunto de la Oficina salitrera con características propias de “un modo de ser la arquitectura moderna”: zonificación urbana por funciones, uso de tecnologías de materiales artificiales como el acero y el hormigón armado, aplicación de elementos prefabricados como planchas de tabiquería interior y uso de materiales de medidas estandarizadas (planchas de zinc, barras de acero, madera elaborada). Y lo que fue más importante, la evidencia de un pensamiento arquitectónico regido por los principios de la ciencia, la tecnología, la industria y la producción.





Mural de David Negro Ponce de Arica, en homenaje a la matanza de la Escuela Santa María de Iquique.

UN PRODUCTO CON HISTORIA

Proceso de elaboración





Salitre

El salitre es una mezcla de nitrato de sodio (NaNO3) y nitrato de potasio (KNO3). Se encuentra naturalmente en grandes extensiones de Sudamérica, principalmente en la región norte de Chile, con espesores de hasta los 3,6 metros. Aparece asociado a depósitos de yeso, Cloruro sódico (NaCl), otras sales y arena, conformando un conjunto llamado caliche.

Se utiliza principalmente en la fabricación de ácidos (nítrico, sulfúrico) y nitrato de potasio; además es un agente oxidante y es usado en agricultura como fertilizante nitrogenado que puede reemplazar a la urea por su alto contenido en nitrógeno.

Otros usos son la fabricación de dinamita, explosivos, pirotecnia, medicina, fabricación de vidrios, fósforos, gases, sales de sodio, pigmentos, preservativo de alimentos, esmalte para alfarería, etcétera.

Historia

El auge del salitre tuvo lugar a mediados del siglo XIX, perdiendo importancia económica a partir del desarrollo y producción del salitre sintético, a fines de la Primera Guerra Mundial. Economías como la chilena, la cual se basaba principalmente en la explotación de este mineral, se vieron fuertemente afectadas. En Chile existió un monopolio del salitre, es decir, llegó a ser el único productor de éste. La explotación del salitre estuvo en manos de empresas creadas por capitales ingleses, alemanes y estadounidenses. En 1971 la industria del salitre es nacionalizada asumiendo su explotación la Sociedad Química y Minera de Chile. Posteriormente privatizada, y en la actualidad el principal, y casí única empresa dedicado a ello.

El salitre ya no es tan solicitado como antes, su explotación es marginal ya que no es rentable económicamente. Pese a lo anterior, los procesos de producción dejaron un inestimable patrimonio histórico y cultural. Las oficinas salitreras, ubicadas en el Desierto de Atacama, reflejaron los medios y la forma de explotación que marcaron a generaciones de chilenos, bolivianos y peruanos. Sus instalaciones fueron declaradas como "Patrimonio de la Humanidad" por la Unesco en el año 2004.

Dos grandes hechos involucran al salitre con la historia de América del Sur y de Chile. El primero, la Guerra del Pacífico (1879-1884) entre Chile contra Bolivia y Perú, tuvo sus orígenes en problemas comerciales en torno a la explotación de este recurso. Como indemnización de guerra, Chile consiguió que se le cedieran las ricas provincias de Tarapacá y Antofagasta, que concentran la mayor cantidad de yacimientos salitreros.

El segundo evento está relacionado con las complejas y brutales condiciones laborales de los trabajadores del salitre, que en 1907 culminaron en una gran huelga nacional y la masacre de miles de huelguistas en la trágica Matanza de la Escuela Santa María de Iquique. Es en esta zona de Chile donde nacieron grandes movimientos obreros, guiados por hábiles dirigentes anarquístas y comunistas como Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Obrero Socialista que se convirtió en el Partido Comunista de Chile.

Oficina salitrera, nombre que reciben los diferentes centros de explotación del salitre ubicados entre la I Región de Tarapacá y II Región de Antofagasta, en Chile que proliferaron entre fines del siglo XIX y los años 1930. Dado lo aislado y árido de la zona de explotación minera, en pleno desierto de Atacama, se crearon como el entorno de las instalaciones industriales para la extracción y procesamiento del salitre, enclaves casi autosuficientes en los que se reunía la administración del centro minero, viviendas de los trabajadores, centros de venta (conocidos como pulperías), Iglesia, escuelas, centros de esparcimiento y entretención. Las oficinas salitreras fueron hogar de miles de chilenos provenientes desde diversas partes del país en busca de mejores condiciones de trabajo.

Con el decaimiento de la venta del salitre durante los años 1930, la mayoría de las oficinas salitreras fueron desalojadas (produciendo un éxodo masivo de trabajadores a los principales centros urbanos del país) y desmanteladas. En la actualidad, quedan pocas oficinas salitreras en pie, erigiéndose como "pueblos fantasmas", las cuales se encuentran en su mayoría en mal estado. Las oficinas más conocidas son las de Humberstone y Santa Laura, ubicadas al oriente de Iquique y que desde 2004 son Patrimonio de la Humanidad.






FERROCARRILES SALITREROS






Este ferrocarril fue construido poco antes de la Guerra del Pacífico en territorios que en aquellos tiempos aun eran peruanos. Sus constructores, Ramón Montero y Hermanos, obtuvieron del estado del Perú, el 11 de julio de 1868, una concesión para construir un ferrocarril desde Iquique a la cancha salitrera de La Noria. Luego, el 18 de mayo de 1869, fueron autorizados a construir una línea desde Pisagua hasta Negreiros y finalmente el 26 de octubre de 1871 se les otorgó la concesión para construir una vía que uniera las dos anteriores.

En 1873, el ferrocarril, construido con la trocha standard de Stephenson (1.435), fue transferido a la compañía Nacional de los Ferrocarriles Salitreros del Perú, la que luego se transformó en The Nitrate Railways Company Limited.

En 1887, después de la Guerra del Pacifico, todos estos territorios quedaron bajo soberanía chilena. Ante la incertidumbre de que Chile reconociera los términos de la concesión otorgada por Perú a los Montero, estos vendieron la mayoría de las acciones del ferrocarril a John Thomas North a un precio muy inferior al real.

En 1890, mister North construyó un nuevo ramal hacia el sur, llegando hasta Pintados y Lagunas.

Entre las principales dificultades que debieron enfrentar los Montero durante su construcción, estuvo el difícil ascenso desde el nivel del mar hasta una altura cercana a los 1000 mts. en solo unas decenas de kilómetros.

En la sección desde Iquique a La Noria, existía un tramo de aproximadamente 18 kms. con una dura pendiente de 4%, por lo que se debió comprar en Inglaterra locomotoras del tipo Double Fairlie, gracias a las cuales fue posible arrastrar trenes de 150 toneladas sobre la citada pendiente.

En 1926 fueron encargadas tres locomotoras articuladas del tipo Beyer-Garratt, las que fueron asignadas al tramo Iquique - Las Carpas. Luego, en 1928 se adquirieron dos más, aun cuando para ese entonces la industriua salitrera ya comenzaba a declinar

Su estratégica ubicación en la zona convirtió rápidamente al "Nitrate Railway" en una empresa monopólica, obteniendo utilidades muy importantes durante muchos años. Precisamente para romper este monopolio, el Estado de Chile autorizó en 1914 la construcción de un ferrocarril fiscal con una trocha de 1 mt., entre Pintados e Iquique, el que solo pudo entrar en operaciones 14 años después, en 1928.

El Nitrate Railway había nacido a partir de varias concesiones de fechas distintas, las que fueron caducando progresivamente a partir de 1936, comenzando por el de Iquique a La Noria. Por algunos años la empresa continuó operando sobre la vía y pagando peaje al Estado, aunque alrededor de 1950 dejo de tener interés en su explotación, por lo que vendió las líneas y equipos a los Ferrocarriles del Estado, el que terminó de recibirlos formalmente en septiembre de 1951. El Estado se encargó de mantener los servicios a las oficinas salitreras que aun se hallaban en operaciones: Prosperidad, Humberstone, Peña Chica, Mapocho, Victoria, Santa Rosa, Keryma, San Enrique, Iris y Alianza.

Desde que el Estado se hizo cargo de la vía, se procedió a convertir a la trocha métrica el tramo desde Pintados a Iquique, abandonándose el trazado "fiscal" y dirigiéndose los trenes a través de la ruta del antiguo Ferrocarril Salitrero.

Una vez que la trocha fue cambiada, la mayor parte del material rodante con trocha Stephenson fue desmantelado, incluido un hermoso automotor a vapor.


TRABAJO EN LAS SALITRERAS




















La explotación del salitre se efectúa en las oficinas con instalaciones de maquinarias antiguas unas y más modernas otras, que hacen el trabajo más difícil en aquéllas y más fácil en éstas. En las primeras, los obreros trabajan con grandes sacrificios; en algunas faenas en forma casi cruel; en las chancadoras, por ejemplo, rodeados de un polvo asfixiante y cegados, y en los cachuchos con un calor abrazador y sin seguridad para el trabajo; por eso las enfermedades y los accidentes son mayores en ellas. En las segundas, las maquinarias más modernas y perfeccionadas permiten un trabajo más fácil, más descansado, con menos sacrificio y más seguro porque se han subsanado algunas dificultades y peligros. Se ha dicho con razón que el problema obrero en el norte, en cuanto se relaciona con el desgaste de la vida y los accidentes del trabajo, es problema de mecánica e irá disminuyendo con nuevas instalaciones y nuevos sistemas de elaboración.

Los trabajos que ejecutan los obreros en las salitreras pueden dividirse en tres categorias o faenas: las de cateo y extracción del caliche, las de elaboración del salitre y la de talleres auxiliares.

  1. Faenas de Cateo y Extracción del Caliche: Se ocupan operarios llamados barreteros, particulares y carreteros.
    1. Barreteros: son los obreros que habren las calicheras por medio de barrenos con tiros de pólvora o dinamita, hasta dejar el descubierto el caliche en grandes trozos o colpas. Sele paga a trato por pie de terreno barrenado.
    2. Particulares:Son los que extraen los trozos de caliche, los dividen en pedazos más pequeños y los reunen en los acopios. Se les paga a trato, por carretadas, generalmente según la ley del caliche.
    3. Carreteros: Son los que cargan las carretas y las llevan al lugar de elaboración del caliche, hasta los chanchos o chancadoras. Trabajan también a tareas. La mitad, más o menos, de los obreros de una oficina se ocupa en estas faenas.
  2. Elaboración de Salitre: Aquí trabajan los acendradores, los llaveros, los desripiadores, los canaleros, los arrolladores, los canchadores y los cargadores.
    1. Acendradores o chancadores: son los operarios que trabajan en la trituración del caliche con las máquinas acendradoras o chancadoras, y triturado lo llevan en carros a los cachuchos hasta vaciarlos en éstos en las oficinas donde no hay correas que los lleven desde las chancadoras. Trabajan en grupo de seis a ocho operarios y a trato.
    2. Llaveros: son los que atienden los cachuchos donde se disuelve el salitre por medio del agua y del calor. Trabajan al día.
    3. Canaleros: son los que atienden la conducción del caldo con salitre a las bateas de enfriamiento. Trabajan también al día.
    4. Desripiadores: son los que extraen el residuo del caliche, ripios, barro, de los cachuchos terminado cada cocimiento y despues de escurrido el caldo con salitre, y lo llevan al campo de desmonte. Trabajan a trato y en cuadrillas.
    5. Arrolladores: son los que amontonan la mitad del salitre cristalizado en cada batea para facilitar su extracción. Trabajan a trato y en cuadrillas.
    6. Canchadores: son los que extraen el salitre cristalizado en las bateas y lo llevan a las canchas. Trabajan a trato y en cuadrillas.
    7. Cargadores: son los que ensacan y cosen los sacos de salitre en las canchas y lo transportan hasta los carros del ferrocarril. Trabajan a trato en cuadrillas de ocho a diez. Con frecuencia se ocupan en coser sacos. Un treinta por ciento más o menos de los operarios de una oficina se ocupan en estas faenas.
  3. Talleres Auxiliares o Maestranzas: Los operarios que trabajan en talleres auxiliares o maestranzas, como fundidores, herreros, carpinteros, etc. Trabajan al día, durante ocho a diez horas.

El trabajo de los barreteros es sacrificado y peligroso, a causa de la preparación de los barrenos y empleo de explosivos; el de los carreteros expuesto a accidentes frecuentes de volcaduras de las carretas, a causa de los malos caminos; el de los chancadores, por el polvo que les impide respirar y les ciega; el de los llaveros, canaleros y desripiadores por el calor que despiden los cachuchos, que pasa de los cincuenta grados y exige operarios de resistencia y vigor especiales, superiores a los de otras faenas; el de los cargadores, por el peso de los sacos y el salitre que les produce irritaciones en la espalda, etc.

Las condiciones de higiene y seguridad para los obreros en las diversas faenas, son, en general, deficientes: los locales en que trabajan carecen de suficiente luz, ventilación y desagues; el polvo en las chancadoras les molesta hasta obligarlos a trabajar con frecuencia con el rostro cubierto por telas o pañuelos de mano, y el calor y el desprendimiento de gases venenosos en los cachuchos a estar casi desnudos, hasta agotarles las fuerzas. Las máquinas, o no están protegidas, o lo están en forma defectuosa, sin aparatos preventivos de accidentes, por lo cual es frecuente la caída de los obreros a los cachuchos con caldo hirviendo. Se ocupan niños en máquinas y calderos con tareas abrumadoras para sus cortos años.